Inconscientemente, mi corazón bombeo cada vez mas fuerte una y otra vez y mi adrenalina crece y se fortaleze y decidí comenzar el salvataje que tardo en comenzar unas insufribles y interminables cuatro minutos (gracias a Dios mi corazón no responde a la razón).
Cruzando rápidamente esos cuatrocientos metros que separaban a la niña de mi, el enfrentamiento estaba apenas a algunos pasos de nosotros, a razón de los minutos perdidos por mi miedo. Logro alcanzar a la niña y decirle que vengo a ayudarla, mientras en el momento que la terminaba de cargar entre mis brazos, veo como mi mundo se tiñe de color rojo, pestañeo y seguía el color rojo en mis ojos cuando, en tan solo un instante de eso, siento un fuerte golpe en la cabeza, que trastabillar por dentro y desequilibrar mi cuerpo. Mis piernas, mis brazos, pierden fuerza y fortaleza, el dolor se expande, hace que la niña se vuelva mas pesada y que mis piernas estén atornilladas al piso. Siento como un soplo en la nuca, la feroz tormenta que estaba a segundos de nosotros, que nos taparía si no actuaba pronto...
Así fue que, en una milésima de segundo, volví a exigirle a mi cuerpo, a mi alma, que no se rindan, y emprendí mi ultimo vuelo. No con la fuerza de mis músculos, que era casi nula en aquel momento, sino con la fuerza de mi alma y de lo que quedaba de mi corazón.
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