En el sueño que representa el portal entre mi realidad y la reflexión de mi tierra prometida, tras tocar las 20 y sentir como se evapora en el aire el sudor de la hora universitaria. De paredes verdes, noches que intercambian más augurios del costado menos querido que abrazos, espero encontrarte. Vuelvo, espero, planeo. Con el tan solo contar de Callao a Ángel Gallardo le alcanza a mi piel para reflotar por las membranas de tus manos, compungidas a la determinante excusa de conocer el remedio que remota por encima de tu cintura.
Tan solo unos cuantos minutos donde interpreto la vida de otro, con mis trajes, mi portafolio, mis corbatas bien prolijeadas a tono con el pañuelo que envuelve el calor de mis sueños y el rojo de tus mejillas. En ese momento, en ese retardo en que Palermo nos deparará un café, un bar, una situación simulada o planeada, donde citaré collares de estrellas, bajo el claro reflejo de la luna, en tus ojos. Sí, son a veces, las cosas con la que puedo llegar a soñar cuando duermo despierto. Cuando imagino un mundo en el que el tuyo y el mio sean iguales. Iguales categorías, de iguales sintonias. Tan solo unos pocos para poder amarte por lo que me queda de día, y tal vez de vida. 100 minutos a la semana para planear el resto de mi vida y la tuya.
Ya me besé en Cubagua, alquilé un piso de arena cerca de la manzana de las luces, y odié una obra en el Picadelli. Ya me bauticé en la plaza de los pañuelos blancos y me sentencié a un duelo a muerte contra los objetos que atentan contra tu vida y la mía. Objetos, algunas veces denominados personas, que nutren su vanidad por el consumismo de grupos hegemónicos económicos, drenando poco a poco, lo que queda de mi vida. ¿Qué sería de mi sin vos? En distintas oportunidades que por lo limitado y lo económico, prefiero no contar, me acechan envenenando mi alma y tratando de quebrantar mi voluntad. Mi deseo de resistirme frente a lo que ya se acerca más a un hecho en vez de un deseo. Golpeándome las rodillas, gritándome en el oído, en la cabeza, que me arrodille ante ellos. Que no hay formula que pueda contrarrestarlos ni bien que pueda ahuyentarlos. Que me rinda sin dolor ni sacrificios sin sentidos. ¿Qué sería de mi sin vos? Levantando el mentón, apoyando primero mi pierna izquierda para levantarme, escupo sus intereses y sus derechos comprados, golpeo con mis manos la corrupción que me somete en el piso e insulto con palabras de irrealidades en el viento. Asumo el riesgo, ¿qué otra cosa podría valer más la pena que esto?
Huí al oeste para empezar de nuevo. Escapé de mis terrores enterrados en Floresta, asesinándome en cada Sarmiento que devoraba mis sueños y virtudes. Comí, recé, amé, bajo las sábanas de un tinglado en Juan B. Justo mientras se detenía todo a mi alrededor por San Martín y Beiro, un destello de realidad que cambiaría para siempre el camino de mis días. Así, te miro, me desangro, me recupero, creo, mato, vivo.
Así derroto las realidades que marginan mis estrellas y agitan mi mundo. Así vivo en un mundo de un par de estaciones que proveen de oxígeno para el resto de mi día, o mejor dicho, hasta llegar al próximo viaje.
Tan solo unos cuantos minutos donde interpreto la vida de otro, con mis trajes, mi portafolio, mis corbatas bien prolijeadas a tono con el pañuelo que envuelve el calor de mis sueños y el rojo de tus mejillas. En ese momento, en ese retardo en que Palermo nos deparará un café, un bar, una situación simulada o planeada, donde citaré collares de estrellas, bajo el claro reflejo de la luna, en tus ojos. Sí, son a veces, las cosas con la que puedo llegar a soñar cuando duermo despierto. Cuando imagino un mundo en el que el tuyo y el mio sean iguales. Iguales categorías, de iguales sintonias. Tan solo unos pocos para poder amarte por lo que me queda de día, y tal vez de vida. 100 minutos a la semana para planear el resto de mi vida y la tuya.
Ya me besé en Cubagua, alquilé un piso de arena cerca de la manzana de las luces, y odié una obra en el Picadelli. Ya me bauticé en la plaza de los pañuelos blancos y me sentencié a un duelo a muerte contra los objetos que atentan contra tu vida y la mía. Objetos, algunas veces denominados personas, que nutren su vanidad por el consumismo de grupos hegemónicos económicos, drenando poco a poco, lo que queda de mi vida. ¿Qué sería de mi sin vos? En distintas oportunidades que por lo limitado y lo económico, prefiero no contar, me acechan envenenando mi alma y tratando de quebrantar mi voluntad. Mi deseo de resistirme frente a lo que ya se acerca más a un hecho en vez de un deseo. Golpeándome las rodillas, gritándome en el oído, en la cabeza, que me arrodille ante ellos. Que no hay formula que pueda contrarrestarlos ni bien que pueda ahuyentarlos. Que me rinda sin dolor ni sacrificios sin sentidos. ¿Qué sería de mi sin vos? Levantando el mentón, apoyando primero mi pierna izquierda para levantarme, escupo sus intereses y sus derechos comprados, golpeo con mis manos la corrupción que me somete en el piso e insulto con palabras de irrealidades en el viento. Asumo el riesgo, ¿qué otra cosa podría valer más la pena que esto?
Huí al oeste para empezar de nuevo. Escapé de mis terrores enterrados en Floresta, asesinándome en cada Sarmiento que devoraba mis sueños y virtudes. Comí, recé, amé, bajo las sábanas de un tinglado en Juan B. Justo mientras se detenía todo a mi alrededor por San Martín y Beiro, un destello de realidad que cambiaría para siempre el camino de mis días. Así, te miro, me desangro, me recupero, creo, mato, vivo.
Así derroto las realidades que marginan mis estrellas y agitan mi mundo. Así vivo en un mundo de un par de estaciones que proveen de oxígeno para el resto de mi día, o mejor dicho, hasta llegar al próximo viaje.
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