Estamos a salvo, del alcohol, las drogas, las putas, y el amor. Mis ladridos al cielo no se escuchan, ni mi desesperación al suelo. No hay nadie que me escuche, no hay personas, solo gente. No me queda nada, más que un techo de pared blanca, que me golpea cada vez que me despierto.
Hoy duelen por tres o cuatro veces que el paracaidas no haya funcionado, que todavia este esperando en la parada del colectivo, con alguien que no llegará. Una respuesta, una excusa, que pueda darme un poco de aire para inventar. Nada, nada. Y así, triste solo, con sabor, tivio, a despedida, me falto verdaderamente una. Mañana esperaré despertar pensado que todo esto tal vez fue, solo un sueño. Ponerme el traje, el abrigo, de otra persona, sin las anclas y las piedras que desgarran mi espalda. Irme, apagando, cada una de las luces, viendo cosas que tal vez jamás volveré a ver, buscandome en el espejo azul del baño. Y mañana, tratar de no sangrar por la herida, por los mounstros y fantasmas que ataquen a mi cabeza, en mis sueños, por esta puerta que les deje abierta, mi tristeza.
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