martes, 10 de noviembre de 2009

{punto a parte}

Bajo el atardecer, Buenos Aires me muestra el camino a casa, un camino largo, desopilante y hasta a veces, incansable. Otro martes de sol, burbujas que emergen sobre mi cabeza y recordar de otra noche mas, pero con algo no tan común: Ella.
Caminar y bajar las escaleras, caras, rostros no tan nitidos, y en medio de todo ese engrudo de gente, el rojo le quedaba tan bien. En un segundo, un instante, que sentí mi respiracion, mis latidos, golpe por golpe, sintiendo como el corazón brindaba sangre a todo mi cuerpo, como ella le daba el alma a todo este cuerpo. Y así, seguí caminando, sin ver más que rostros, colores oscuros y grises, pero aún así, sin perder de vista ese angel vestido de rojo que bajo del cielo para hacer vibrar mi piel. Cada minuto, cada baile, cada sonrisa, cada mida, me llenaba el alma, me llenaba el corazón. Susurarle al oido que ella era todo, que era mi vida, la mujer que ame y todavía lo sigo haciendo, que no soy yo si ella no esta. Brevemente, esos diez, veinte minutos, fueron lo más felices, y los que hacen que hoy no puedo parar de pensar en tí, en buscarte en el fondo de mis carpetas, de mi teléfono,y esperar sentir este temblor en mi banco, en el suelo, al ver un mensaje, al ver que todavía en tí estoy.

1 comentario:

Lupe dijo...

No sé cuantas cosas se pueden encontrar en el ojo izquierdo de una persona, pero sé que un tus labios yo pude encontrar amor sin fin y me hizo enloquecer