Y así salio, cavisbajo, con una sonrisa frustante y acomodando su morral, de modo tal que le produzca el menos peso, pareciendo como si en ese peso, estaría cargando su alma. Al pasar por las calles no podía entender lo sucedió, el que dijo mal, lo que no dijo, o que fue realmente lo que paso, porque no podía entenderlo. Sin música, sin hablar, su cabeza estaba tres pasos más adelante, o tal vez cinco. Estaba confundido, al no entender al destino, al porque le sucede esto, al no saber que hacer para tratar de no morir de maldad, de no teñir de oscuridad su vida. Simplemente, no entendía como funcionaba el mundo mientras esperaba el semáforo. Caminando por la senda peatonal, vio como una niña con rizos dorados compartía un helado con su mamá, jugaba y hasta se largaba a llorar al caerse la bocha accidentalmente. La madre, como toda mamá responsable por su hija, la agarró y apretó fuerte mente, dándole besos en su cabeza, diciéndole que todo estaba bien, que ella la cuidaría, y que ningún moustro la iba a molestar en este mundo.
En el preciso momento que miraba a la madre con la niña, sintió un hormigueo en la nuca, en los hombros, algo que ocurría. Sintió como se paralizaba el mundo, la calle, la madre y la hija, como las nubes paraban y la gente también. No entendió que ocurría, sencillamente, todo había parado. Él tampoco podía moverse, fue como que el escritor decidió tomarse un descanso.
En ese momento, pensó en todo lo que había ocurrido en el transcurso del día, otro como todos los demás, en su casa, en el ómnibus, excepto por aquel bar, todo fue como siempre.
Sus rodillas se estremecían, y ya casi con el cuerpo girado, sus piernas empezaron a temblar, en ese segundo. Drasticamente, su cara cambio, el terror lo agobiaba y se dio cuenta del porque de todo lo ocurrido.
A no más de 20 cm, con aún todo demasiado lento, demasiado despacio, una eco sport avanzaba y avanzaba hacia Joan. Demasiado encima, demasiado justo ya, sin darle tiempo para hacer absolutamente nada. Hacer, nada.
Y así, en medio de aquel acto, aquel escena en la que la muerte se disfrazaba de maquina, y Joan, de víctima, todo se vistió de negro, todo oscureció. Tal como de un momento a otro, todo paró, lo que veía Joan, la realidad, desapareció.
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