Magalí junto a su hermanito, Santiago buscaban entre los árboles a Jaime, un sapo que les pareció que les hablo. Magalí no estaba muy convencida de lo que su hermano menor le había dicho, que Jaime les pidió pura y exclusivamente a ellos, dos de los únicos niños que jugaban en ese parque, que se acerquen y les ayude a encontrar algo. Santiago al verlo y escucharlo, fue corriendo tan deprisa como el veloz coyote que, de ir tan pero tan rápido, se pasó del juego donde estaba su hermana. Le contó lo ocurrido y como dije antes, Magalí mucha bola no le dio. <Será que estás imaginando cosas> le respondió la muchachita a Santiago, aunque igualmente lo acompaño. Acariciando el paso mal cortado con sus manitos, los hermanitos trataban de llegar a Jaime, ausente a los llamados de los niños. Hasta que de pronto, el niño creyó escuchar a su verde amigo y pegó un salto, parándose las antenitas de la percepción y concentrándose con su mayor fuerza en escuchar el ruido que no coordinaba con lo que estaban viendo. Y lo volvió a escuchar;<¡Ahi está, ahi está! ¡Viste que no inventó cosas!> exclamó Santiago, exitado por lo que acaba de escuchar. Su hermana, mirándolo con sosobra, lo siguió de pocas ganas y desmotivada. Al cabo de unos 4 o 5 pasos, el chico se detuvo. La cara de entusiasmo se transformo, su sonrisa bien marcada y caricaturizada se fue deformando poco a poco hasta ser inentendible. Por primera vez, se dio cuenta que su hermano no estaba equivocado. Vio lo que creyó que era imposible, que no existía en este mundo y solo los adultos lo decían para ignorarlos y prestarle más atención a su trabajo o a la televisión. Los hermanos quedaron perplejos, con sus rostros flojos, pálidos, un tanto marchitos frente a como se mostraban hace 5 minutos en el parque.
Sí, Jaime, si el mismo Jaime estaba..
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