martes, 10 de julio de 2012

3 SI PONELE

El brillo de las alajas que nunca llevamos me lastima el pecho, el corazón. Por las callecitas de nombre de países de centroamericana, en Palermo, ardimos por última vez. Por estos bares, te conté, desnudé mis miserias y mis manos. La Plaza Serrano nos servía como refugio, como escape de lo que Buenos Aires nos castiga día a día. De interminables viajes en subte sin siquiera poder respirar, de trabajamos con que apenas podemos suspirar. Así te conocí, radiante y luminosa como ninguna, dejandome llevar por el ritmo de tus caderas. Me contabas que trabajas y estudiabas, que eras perfecta, mientras que yo no sabía que de este camino de ida no habia vuelta. Me agarraste de la mano llevándome a recorrer el mundo, haciendome conocer lugares que nunca pensé que existían. Me hiciste bailar en el campo y revolcarnos en lo inmenso que puede ser un auto compacto. Me infectaste, me invadiste el cuerpo, el alma y el corazón. Eras tú y solo tú. En cada cuadro, en cada pintura, en cada paisaje me demostrabas que no estábamos tan solo, que en cualquiera de ellos te podría encontrar. Una vez, un poco de alcohol y creo que también unas copas de amor, nos hizo deambular por esas callecitas sin saber ni poder encontrar el automovil. Como dos tontos enamorados, caminabamos, ya doloridos de los pies pero con sonrisas complices, y hauyentabamos al frío y la soledad. Te odié por llevarme a ese lugar, por hacerme ir mostrandome todo lo que habia en su interior. Hiciste que el sol me calentará y abrigará en noches de frío, en pleno Octubre. Me sostuviste sobre tus hombros pidiendome que no me rinda, confiando en que puedo ser diferente. Recogiste partes de mí cuando parecía desecho, cuando las juntaste pegándolas con muchisima más fuerza aún. Permitiste que este loco pueda bailar en su locura sin que le temblaran las piernas. Me dijiste que no pronuncie jamás que ya era demasiado tarde, que no estaba a la altura de las circunstancias ni que valía la pena. Me obligaste a tratar de dar siempre lo mejor de mí y a superarme en cada instancia, en cada situación, sin importar lo que pueda suceder antes. Eras tan cruel que te vestías de gala en la Rural por la avenida Santa Fe y derretías los polos y a mis ojos. Eras tan dulce que dejabas que te hiciera cosquillas aunque tuvieras el traje puesto. Aceptaste a mi invitación de que dejarás hacer un show privado solo con mi guitarra, vos y yo. Que grabáramos en la piel sin tinta nuestros nombres a fuego. No, no era ni el más de los codiciados artistas que suenan en las mayores radio-frecuencias del mundo, sino un tonto sin talento con una guitarra, y muchas formas de decirte lo tanto que te quiero. Era un pequeño hombre que por dentro, se sentía gigante, capaz de derrotar a cualquier vil villano que se le apareciera en su camino protegiendo siempre a su princesa, a la luz de sus noches, a la mujer de sus sueños, de su vida, sin importar el qué ni el cómo ni el cúando. Yo tampoco entendí cuando pasó, porqué pasó, o en que momento se escapó de lo que yo era. Una parte de mí murió allí, en Palermo, una parte de mí siempre estará llena de tí, llena de esa alegría, de esa sonrisa que podía vencer a mis padres, a los profesores de la facultad y hasta podía derribar muros. Te impregnaste en cada parte de mí, en cada aliento, en cada decepción, en cada vez que el sol dejó de brillar y me abandonó a la interpedie.

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