Un hombre espera en desierto, mientras que el invierno se escapa por nuestras ventanas y el gas se pierde por las perillas del piloto de la estufa. Un hombre espera, temeroso, impaciente, mientras que los gritos de una madre lo sumergen entre las fábulas de la luz negra y los abrazos culpables del matrimonio infeliz. Siente el peso de los varios acolchados sobre sus rodillas, las pequeñas luciérnagas de luz que se desplayan entre la persiana que nunca le dejará sentir el reflejo del sol, aunque sí una breve sensación de como sería.
A medida que abre los ojos, sombras sobrevuelan por encima de la cocina y el comedor, riendo por lo bajo de sus sueños, de sus esperanzas. Dice que conoció la furia de la enfermedad, del desencanto, del desamor.Que cogió en los infiernos sin siquiera preocuparse por verse reflejado en un espejo. Que se acostumbró a la sangre entre los muebles, y policía en el líving. No creía que pretendía volver a aquel lugar. Recorrer las calles, una igual a la otra, aguardando que sea una la que le diga que todo terminó.
Así se perdió, huyó con varias flechas en la espalda y cortes en el pecho. Hoy será otro hombre, con más alcohol que sueños, pero con cicatrices que llevará a cuestas, eternamente, en el alma. También me dijo que allí conoció el amor. Que amó a alguien. Que dio sus primeros besos y caricias. En esas calles intercedió en la vida de alguien más para que sea un poco más llevadera. No sé si creerle. Me comentó que en una noche de invierno, con el cielo y las estrellas como sábanas, con unas cuantas cervezas, tocó en la guitarra varios rocanroles rebeldes y juveniles. Bailó y planeó una vida de sueños, bajó sus ojos color negro.
Hoy en día a veces lo veo, esperando la felicidad en el ocaso de un valle, bajo simulaciones de amores fugaces o espejismos.
A medida que abre los ojos, sombras sobrevuelan por encima de la cocina y el comedor, riendo por lo bajo de sus sueños, de sus esperanzas. Dice que conoció la furia de la enfermedad, del desencanto, del desamor.Que cogió en los infiernos sin siquiera preocuparse por verse reflejado en un espejo. Que se acostumbró a la sangre entre los muebles, y policía en el líving. No creía que pretendía volver a aquel lugar. Recorrer las calles, una igual a la otra, aguardando que sea una la que le diga que todo terminó.
Así se perdió, huyó con varias flechas en la espalda y cortes en el pecho. Hoy será otro hombre, con más alcohol que sueños, pero con cicatrices que llevará a cuestas, eternamente, en el alma. También me dijo que allí conoció el amor. Que amó a alguien. Que dio sus primeros besos y caricias. En esas calles intercedió en la vida de alguien más para que sea un poco más llevadera. No sé si creerle. Me comentó que en una noche de invierno, con el cielo y las estrellas como sábanas, con unas cuantas cervezas, tocó en la guitarra varios rocanroles rebeldes y juveniles. Bailó y planeó una vida de sueños, bajó sus ojos color negro.
Hoy en día a veces lo veo, esperando la felicidad en el ocaso de un valle, bajo simulaciones de amores fugaces o espejismos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario