viernes, 13 de septiembre de 2013

Mensajes en una servilleta

Los hijos de la memoria


No quiero salir mamá ni quiero volver a bajar. Espero verlos. Espero que lleguen. Desde el jardín me dieron a entender que no servía. Que, haga lo que haga, no iba a llegar a ser nada. Así me golpearon la cabeza y me dijeron que viera desde abajo sin chistar. Que aceptara lo que me tocaba y no lo que me correspondía. No estoy solo mamá, somos muchos los que no coincidimos con el consciente colectivo. Los esperamos aquí, mamá, en la casa del árbol. La que está sostenida por los sueños de millones de niños sin techo, sin zapatos, sin una herencia política más que la propia. Mamá, Rodolfo, Salvador y Ernesto están conmigo. Me cuidan las espaldas y el corazón. Sí, están medios locos y sueñan despiertos mamá. Se lo que le pasó a papá y que tienes miedo. Su fracaso fue el alimento de la Latinoamérica sudaca, pero el motor para enderezar mis pasos. No quiero vivir con miedo el resto de mis días. El mundo recordará nuestros nombres como los hijos de la memoria. Estaremos de pie, mamá, estaremos de pie.

Yaque venezolano
ulian sabía que cargaba con el peso de unos 25 años entre sus hombros. Emprendía viajes de los cuales nutría su existencia a base de vivencias un poco tardías y amores fugaces. Lo que no entendía era porque siempre el ambiente desprendía aromas no tan agradables. El miedo, la insatisfacción, la incertidumbre y la agonía por la presión popular lo obligaban a caerse. A arrodillarse. A contemplar también el entorno que lo agota y lo margina. No quiere pasar una puerta a la que no puede volver.
“¿Estás segura, no? Mira que la verdad puede doler”.
Ella respondió que sí.
Él aceptó con la cabeza. Su ira comenzó. Se le erizó la piel. La lluvia golpea su rostro y su espalda y lo hace pensar.¿Es una enfermedad?¿Una maldición? Sus pupilas se dilatan al compás de la desaparición de sus huellas en la arena. Es un hombre nuevo. Se recuerda en el reflejo de un espejo de agua de lo que una vez fue. Las gotas no dejan que vea el panorama, por suerte, tiene los de ellas para orientarlo.


Los bigotes de la seducción

Si sabía de él de amores no correspondidos y noches de lujuria y sacrilegios. Por las mañanas descansaba a la luz del sol y se sentada en las cimas más altas. Por ratos, escalaba toallas calientes y comía lo que encontraba. Se perdía, navegaba por las calles que le daban mucho miedo pero sin perder la cordura. La veía, la seducía con colores elegantes y después del amanecer, emprendía la huida como un amante de los de antes. De vez en cuando se conectaban los caminos de Willy y él, que cuidaba la barrera de lo prohibido y lo legal. Sexys, sus ojos color negro resplandecían en la oscura a la espera de la próxima victima. Odia y detesta cualquier tipo de médico que pueda existir, ya que entiende que le quieren sacar su vida. Separar de eso que lo hace tan feliz y lo hace sentir vivo.

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