lunes, 6 de agosto de 2012

Viejos de dos décadas. SI

Como en los viejos tiempos, me siento en el escritorio donde di vida a mis más grandes amigos, acompañado por mi infaltable mate para que abrige mis pensamientos cada mañana en mi bella Capital Federal. Mis libros, mis lecturas, mis felicidades hoy en día fueron cambiadas, expropiadas por un enemigo encubierto. La era de la tegnología, del ordenador y de la inmediatez invadieron nuestros cuartos, nuestra vida. Ya no tenemos la incertidumbre de dudar, de que la ansiedad nos envenené los pensamientos, nos ponga nerviosos y nos oblige a imaginar mil tipos de respuestas predecibles o no para lo que tanto esperamos. Las dulces esperas no son moneda corriente en estos tiempos de información, de redes sociales que desarticulan nuestras relaciones sustituyendo un suspiro al oido, un te amo en los labios por un "TKM" en un mensaje, ni siquiera expresando la totalidad de la palabra para ahorrar caracteres por el costo del servicio del mensaje en sí. Que curiosidad, que haya que ser austero para expresarle a la persona que uno quiere lo que siente. Las tradiciones parece que se las llevó el viento también. Me dirán viejo, antiguo, pero yo todavía creo en libros por escribir con un caderno y una lapicera, en enamorarnos del cine y no de la pantalla de una computadora viendo una película pirata. En robar un beso en alguna plaza pùblica, en comprar discos que contienen los mismos 12 temas y no parar de escucharlos. Me llamarán antiguo y obsleto, pero nada importa si vos estás ahí. Como dos viejos de dos decadas, nos detenemos en una tarde, frente a la frenetica ciudad y vida que no para ni un segundo, a tomar unos mates, a enomararnos mirandonos a los ojos sin decir absolutamente nada. Nos dividimos bajo la lluvia por discusiones y luego nos unimos bajo el calor de la casa, entre mis sabanas y mi pecho. Celebramos que no tengamos que decirle a nadie ni a nada que nos amamos, buscando aprobación por personas que no conocemos, buscando una opinión de gente que realmente no importa. ¿Cúanto tiempo hemos perdido en paradas de colectivos, en subtes, pero cuanta fue la felicidad que nos rajó la piel al punto de que podamos sentir nuestra sangre caliente? En tus ojos color café, en nuestra estancia que, en vez de estar un dj, aparece un cantante de folklore que enmarca nuestros sueños y nos incita a bailar, me quedo.

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