lunes, 6 de agosto de 2012

Pasaban horas rostros (floresta+ diá cotidiano)

Desembarcando por las callecitas que soblesaltan las calles de Floresta, las aves me dan la bienvenida. Con un frio agobiante pero con un sol reluciente, comienzo un día que parece distinto a los demás. Marta, la señora de las flores, me da el saludo de los buenos días con su sonrisa que ni noches apabullantes ni días decorosos lograron cambiar. Sigo mi camino y me cruzó a Nelly, una señora mayor dueña de una rosticeria que siempre elabora platos tradicionales con un gusto distinto: esas comidas son casi exclusivamente para los trabajadores obreros que en el medio del día, paran para hacer un almuerzo gratificante luego de tanto esfuerzo. Con un delantal, pelos que cambian por cada temporada de color, Nelly me recuerda lo que tan joven que soy y lo que el tiempo también nos maltratan. Al otro lado de mi calle, yase el antiguo puesto de diarios que nunca decidió casarse con nadie. Allí están los dos hombres, siempre a su lado aunque el frió duela por allá de las 6 de la mañana, guardando mis historietas para que, aunque sea un rato, mi mundo sea un poco menos enfermo y donde realmente pueda prevalecer la justicia. En el viejo 106 comparto cada mañana de mis años hace bastante ya, con viejos conocidos que nunca son los mismos, que siempre cambian sus nombres y apellidos, su aspecto, pero siempre están allí. Luego de ver, de imaginar historias a través de mi ventana en mi viaje, de creer que estoy siendo llevado a otro planeta por esta nave espacial, de que soy el protagonista de una película de un relato de amor donde voy a buscar a la persona que amo, finalmente llego a mi destino. El verde de la facultad siempre por un lado me abrumó, pero también me invitó algo que me estuvo esperando siempre. Del desasón, del cansancio y la confusión solo existe un paso, un milímetro, una emoción a la exitación, a volver a florecer, a creer en uno mismo y sentirse vivo, respirar lo que emerge de tu propio cuerpo que pide a gritos salir. Dejar atrás todo lo que digan y a todos lo que alguna vez, tal vez con razón, no creyeron en tí. Eso puede definirse como a La Facultad. Como también acumulamos más fotocopias que amores ni salidas en nuestros estantes, gracias a Dios concedidos por esa señora que aún (por vergüenza) no conozco el nombre, así que la llamaré la "señora de la fotocopiadora". Siempre amable, aliviando un poco el alma luego de duros choques entre Camus y Sastre, preguntando con una dulce sonrisa si estoy bien. Son los detalles, a veces, los que hacen ver que el mundo no es tan espantoso como parece. Que puede existir la bondad, la buena predisposición con gente que ni siquiera imaginas que están allí, que existen, que tienen problemas como tú o como yo. Que tal vez la vida no le sonríe tanto como a tí o como a mí, pero siempre con esa sonrisa ellos nos esperan. Aunque los amores golpeen, las protestas sean demasiadas y los salarios tan pocos, son esas cosas que no entienden de temas monetarios ni de intereses de por medio, que nos hacen sentir un poco más vivos, humanos, personas. Y así también vuelvo a mi casa, con las mismas personas con los que comencé el día. Nelly ya está cerrada a esta hora de la noche y Marta, con la cara cansada, caída, me da las buenas noches ya casi sin ninguna plata sobre la calle, pero con esa sonrisa que calienta mi alma.

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