lunes, 26 de noviembre de 2012

Inpurgatori SI

Serán los días, las noches, las montañas, las cataratas de agua que nos separan. Como transfondo de mi espacio, rechinan las bocinas y el calor del motor de cada auto de Buenos Aires. Ya me consumí, ya grité, me enojé, destruí algunos bares, quemé mi conciencia gracias a madera húmeda agachando la cabeza. Divague por las entrañas de la tierra, saltando y buscando entre las baldosas del color gris, una respuesta que pueda darle un poco de serenidad a mi alma cansada. Cien días, cien horas caminé desorientado por un laberinto sin puertas ni ventanas de color blanco. Cada paso, traía un momento de arrepentimiento, de resignación, cada paso adelante se sentían como dos hacia atrás. Tropiezo y me golpeo la cabeza, me corto la mejilla y siento el cuerpo caliente, veo que estoy vivo. Después de un breve tiempo asimilando el golpe, logro levantarme de la suciedad del despiadado piso y busco seguir adelante. A cada día, a cada hora que sigo acá adentro, veo luces fugaces, que perduran apenas un segundo en el tiempo y espacio. A medida que avanzo, cada vez son más inmensas y cercanas a mí. Y ahí te vi a ti, entre el humo del ruido, el silencio de la desazón y el aroma de la desesperanza. Me miran, me incomodan, penetran mi piel vulnerable y estalla en el medio de mi pecho. Tan solo un segundo fue demasiado para recibir una pequeña pero mortífera dosis de ti. Me desintegro, mis pupilas se dilatan y ya no siento peso en mi cuerpo, ya ni 27 gramos logran sostenerme. En blanco, me veo envuelto por una luz negra que me pide, me sugiere que deje de pelear, exprimiendo mis hombros, mi espalda con sus grandes dedos. Mis rodillas tocan el piso, y por un instante, me sostengo aunque mi cuerpo y algo más que la gravedad imponen el peso de mi cuerpo hacia adelante. Me caigo, todo, todos ya me han abandonado. Cuando era niño mi padre me contaba que nadie más peleará tus propias batallas. Veo su recuerdo florecer entre la niebla en un abrir y cerrar de ojos. Veo a mi madre derritiéndome en un abrazo donde nos fundimos a fuego frente al mal que domina en las calles donde me crié, en un abrir y cerrar de ojos...y ya se fueron. Ya comprendo que caí, que mi sentencia ya fue dada, que esta es mi hora, mi lugar, y mi destino. Ya no puedo hacer nada por ellos, por ti, por mi. Me vencieron, me atraparon, de una vez por todas, caí en una de sus trampas. Ese instante ya transcurrió. Ahora siento que cada capa de aire que me separa del suelo corta como si estuviera chocando contra un alambre de púas. Tan solo unos segundos, parecen que fueran horas, días, años tal vez. En cada segundo en el que mi cuerpo se aproxima cada vez más al piso observo en donde me equivoque, cuantos trenes equivocados tome y cuantos otros no logré abordar. Me torturo hasta en estos momentos cuando veo como dejé que subas al avión con él. Cada momento corta como la desesperación de haberte perdido...
Sin casi tener absoluto control de mi cuerpo, mi cabeza choca como un cross a la mandíbula, mientras que mi pecho recibe la última estacada de plata para terminar con él de una vez. Ya ves, nadie se hará cargo de este asesinato, de estas heridas a sangre fría en mi pecho, de haberme olvidado entre recuerdos, de pasados. Percibo como el ambiente acaricia cada parte de cuerpo y me cubre de temblorosas sábanas negras, escuchando voces que susurran bajo el tormentoso silencio algo que no puedo llegar a develar, pero que aún así, no sería nada bueno.  Con los ojos desorbitados, sientiendo como deformes manos sujetan y jalan mis gemelos, veo que la visibilidad me abandona y mi mirada se pierde entre el humo del ruido, pensando, simplente, en poder verte una última vez...

No hay comentarios: