. Anoche fue otro día del cual nunca terminé de partir, de huir de este mundo, o siemplemente, soñar despierto.
sábado, 15 de diciembre de 2012
Cuantas veces soñamos con ese abrazo, esos brazos que nos envuelven bajo la niebla de la incertidumbre. Cuantos subtes, trenes, colectivos soñando, esperando que llegue el fin de semana y el momento en volver a verte sonreír. Vacio mis auriculares, mis sonidos, mis odios y mi transpiración, todo tan solo para que llegue el día en que pueda volver a verte sonreír. Y así el lunes me golpea en la boca del estómago, el martes me levanta con más prisa que tranquilidad y el miércoles me guiña el ojo al estar en mitad del camino. Las calles se vuelven eternas, los semáforos desperdician cada segundo que podría pasar a tu lado. Duelen las horas, duelen las memorias, los recuerdos, los momentos son como un cigarillo o la cocaína. Dulces, templativos, pero oscuros, desgarradores. Los villanos que arriman por encima de mi cama me llaman a una batalla de la que no puedo escapar ni ganar, pero aún así me incitan a visitarla. Entre la oscuridad de la noche, guiado por las luces de descanso de las teclas para encender las que yacen apagadas, camino atento a cualquier eventualidad que pueda sucederme en el trayecto: cualquier ruido, movimiento, puede ser mi paso en falso y mi derrota inminente. Al permanecer más que un rato en lo oscuro, la visibilidad se asimila a lo que ve y parece que puedo percibir el lugar en que se encuentran los objetos, mis obstáculos.
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