Ahora, que perdimos más sueños por no querer vivir historias inconclusas, por no tirarnos en el mar para bucear e investigar nuevos horizontes, por temor de resbalarnos en la popa, nos decimos adiós. Tal vez, en el sur vuelva a nacer de nuevo entre el hielo y el frío, y la necesidad de humedecer mis manos. Ni tonto ni perezoso, vagaré por aquellas noches que me abriguen del mal de amores en base de alcohol y champang...Vamos, muchacho, de verdad. Ni yo me lo creo. Siempre la cerveza fue mi mayor estimulante para volar un poco. Viviré de fiesta, de taberna en taberna brindando por todo lo que alguna vez quisimos, lo que por promesas de meñiques, de tontos irrelevantes dejandose llevar por temporadas de otoño, nos juramos alguna vez. Uno, dos, tres y hasta tal vez cuatro buzos me pondré para separar el frío y tus tentaciones de mi piel, de pecho. Aunque no lo creas, ya hice los deberes, terminé los trámites que siempre juré hacer pero nunca me detení en darles fin. Llamé a Juan y me dijo que necesitaban una persona importante en una reconocida marca multinacional. Sí, así es, hasta ya conseguí un lugar para empezar mis nuevos sueños. Vamos, está bien, un super no puede ser tan malo y menos en la parte de la caja. Aire acondicionado, alejandome de posibles relaciones sociales por además del trabajo con mis vecinos. Aunque pensandolo bien, tal vez una buena señorita me devuelva la sonrisa, y contagie de color mis tristes ojos grises.
Tonto, ingenuo, infragante, Alejandro planea su futuro como una siempre guía, sin tener en cuenta la brújula que le eh de marcar el camino, cuya brújula a la que llamamos destino. Vivirá como muchos, y también sufrirá como otros. Días tras días, se verá sometido a una felicidad esporádica que se diluye al pasar las horas, y se estaca en el medio de su corazón por las noches. Entre leche, activia y champang, sus tardes pasarán marchitando poco a poco, esos sueños que emigraron de su Buenos Aires natal para desembarcar, en un puerto, aún peor. Preso de la ignorancia de los sueños del ser humano y del hecho de vivir, la realidad de Alejandro lo acompañará cada vez que marquen las 9 y él estacione su chaqueta en el closer n°843, un armario que entiende de números y no de nombres. Los días serán cotidianos, y la insatifacción latirá en la palma de cada una de sus manos.
Al caminar de vuelta a casa, Ale verá su camino interrumpido por un pequeño bar llamado "El café de Rick".
Un poco lúgubre, la falta de color, de detalle como cuadros, se ve equilibrada por las diversas ciruetas que abundan el eterno bar, nunca sin poder decifrar las caras que están en ellas. Gracias a las pequeñas luces que iluminan unas mesas de pool, Alejandro logra entender que Sam renunció y nunca más volverá a este lugar. Contando sus pasos, se dirige a la barra más próxima, apoyando los últimos 21 gramos que le quedan en una silla alta. Como le es habitual, llama a la mecera sin siquiera fijarse en su mirada y le pide la carta. Haciendo caso a su rutina, le alcanza a Alejandro una sudestada de pocas palabras para ordenar una cerveza tirada, sin tocar nunca la carta ni tampoco sacar la mirada del piso. Estancada. Estancada. ¿Y si la voluntad de mil hombres y mujeres hubiera sido distinta? La historia lo marca: el éxodo a una tierra vecina es el augurio para nuevos futuros.¿Y si la historia se equivocó?
Cuando ya las exigencias le sobrepasan los hombros, Alejandro mete la mano en su bolsillo y toma el paquete de cigarrillos. La historia es la enseñanza de lo que se debe hacer para equivocarse otra vez. Una y otra vez. Miles y miles de años de ver como las civilizaciones se vieron la codicina, el ansía de poder, de demostrarle al otro que estaba equivocado, de vender familias, vidas, sueños, por la vanidad de unos pocos, muy pocos.
Pasadas las 5, Alejandro ahora cree que se olvidó sus lentes, porque no entiende nada de lo que ve. Ahora, se sentó a su lado, lo abrazo y le invitó una ronda más. Eran más los vasos vacíos sobre la tabla de aquel bar que las palabras que Alejandro uso esa noche, hasta este momento.
Inquieto por naturaleza y no por obra de hormigas, despliega un pie en el suelo mientras levanta la mirada en busca de aromas de coco, que estimulen aunque sea un poco su pobre olfato de la parte de verduras. Camina entre el humo y el ruido, tartamudeando frases que ni el conoce sin poder decifrar porque está haciendo lo que está haciendo. Entre pasos y piernas desnudas, dispara vulgaridades en castellano a una señorita que nunca se enteró de que existió.
Así, balbucea por entre las mesas recitando a Márquez y tarareando a Sabina, sin llegar nunca, al fin del camino.
Ya pasadas algunas horas, y mas vasos que dedos, Alejandro entiende que la salida queda mucho más lejos que de donde entró. A medida que los rostros se van develando, que la cuenta es grosera y larga, la noche ya hizo de las suyas.
Otra vez, entiende de que está solo y nadie lo esperará en casa, que aunque la imagine, ella no estará. Volverá al mismo bar, a la misma barra, pero nadie lo esperará allí. Sofocado, afixiado por la voragine, cierra su puño izquierdo y golpea con fuerza la barra que albergó por momentos alegrías, por momentos tristezas, mientras que apoya su brazo y descansa su cabeza sobre él. Como la luz para un vampiro, siente el calor en su cuerpo y como poco a poco, día a día, se está yendo. En un suspiro, abandonó aquel bar para retomar el camino que nunca debió verse torcido.
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